Ya en el año 2012 Ana Pastor nos recordaba una acepción, acuñada en Estados Unidos y citada por Rosa María Calaff, sobre lo que entonces se denominaba, Síndrome de la Piedad cansada.
Se hacía referencia a una inmunidad, tolerancia para ser más suaves en su expresión, hacia el sufrimiento.
Estaban, estábamos, estamos... habituados a ver los dramas que se reflejan, fundamentalmente a través de los medios de comunicación, como algo ajenos a nuestras vidas. Incluso me atrevería a decir que perturbadores de nuestra cotidianeidad y a la postre nuestra sempiterna tranquilidad.
Guerras, hambrunas, catástrofes naturales, incluso epidemias... eran vistas como algo que sólo ocurría a “otros” e incluso en medio de una tremenda crueldad, se llegaban a escuchar argumentos justificativos de determinadas situaciones.
Abstrayéndonos en el tiempo, da la maldita casualidad que hoy por hoy podríamos encontrarnos en similares situaciones. Nos encontramos siendo protagonistas de las causas ocasionadas por la barbarie que proporciona una situación lejos de nuestro control.
Durante unos meses hemos llegado a pensar que no nos tocaría. Que eran elementos ya no lejanos, pero si distantes. Pero lamentablemente nadie a estas alturas desconoce ni un solo caso de familia, amigos o vecinos que no hayan pasado muy cerca el miedo y en muchos casos la consecuencia tremenda física y psicológica derivadas de la enfermedad.
Ya no resulta raro ir por la calle y escuchar hablar de positivos. Entrar en una tienda y preguntar o interesarte por la salud de un conocido. Llamar la atención, por comprobar la flexibilización de las medidas que adoptan todavía muchos de nuestros convecinos.
Y acabamos de dar el salto cualitativo de percatarnos, el verano lo ha demostrado, que ni siquiera lo padecido en los meses anteriores nos ha hecho ser mejores como sociedad. Rápidamente hemos vuelto a nuestras rutinas, hemos perdido la paciencia y retomado de manera un tanto irresponsable y sobre todo más de lo recomendable algunos hábitos que necesitarían más tiempo para hacerse sostenibles.
Estos últimos días, de nuevo, parece que estamos recibiendo buenas noticias. Parece que estamos venciendo alguna batalla. Quisiera que no sirviera para que, una vez más y tal como comentábamos al principio del artículo, entremos en el círculo del síndrome de la piedad cansada.
No nos lo podríamos perdonar.