Esta semana he asistido a la presentación del último libro de Isidro Timón en la Biblioteca Pública del Estado de Cáceres. Se ha dado la circunstancia que han coincidido varios elementos que me ayudan a reflexionar sobre la importancia, nunca expuesta con suficiente fuerza, de la lectura.
En primer lugar, me llamó positivamente la atención el proyecto, dentro de la celebración de la semana de las escritoras, de la lectura y simultánea grabación, de un texto. Yo elegí a Josefina Aldecoa que une su profesión de maestra con la vinculación al desarrollo de la transformación de las costumbres de su época.
Pero, centrándonos en el acto, pudimos comprobar el celo con el que se cuidaba su celebración. Todos éramos conscientes de que debemos mantener la cultura viva. Lo necesitamos. Así se hizo y funcionó.
Me encantó el detalle de la presentadora, Pilar Galán, al plantear esta presentación como un diálogo entre autor y presentadora. Se iban sucediendo las preguntas y respuestas y el público enriquecía su intelecto con estas píldoras tan agradables de tomar.
Se vio la vida a través de los ojos y de la imaginación. Se recreó la realidad. O simplemente se mutó. Se transformó en nuevos y múltiples finales para cada una de las historias. Se dejaba abierta la posibilidad de soñar o también de ser cronista de realidades.
Se hizo hincapié en la relación de los tres géneros: poesía, teatro y narrativa. Se aludió al hecho creativo. A las anécdotas. Y se leyó.
En ese sentido, días después resonaban en mi mente las palabras del filósofo José Antonio Marina en un programa de televisión. Uno de los problemas de las generaciones actuales, no es la ausencia de la lectura o la pasión por ella. Es la falta de reflexión. Si queremos comprender cualquier hecho, debemos profundizar.
El habituarnos a expresarnos con pocos caracteres nos hace perder la posibilidad de la dialéctica. Distraernos con el grito, con el trazo grueso, con la escasez de ideas.
Nos hace sin duda más pobres.