Pasada la primera semana de lo que se conoce coloquialmente como la vuelta al colegio, procede hacer algunas valoraciones o consideraciones.
En primer lugar, resaltar la alegría que ha inundado, en términos generales, nuestros pueblos y ciudades. Es raro encontrarte con algún niño o adolescente que no manifieste su enorme satisfacción por reencontrarse con sus antiguos compañeros.
Son conscientes de que tienen mucho que aprender y hay que agradecerles el hecho de tenerse que adaptar a unas condiciones incómodas para todos, pero que si somos capaces de denunciar los incumplimientos, llegaremos al convencimiento de que cuando los proyectos son comunes, pese a sus dificultades, se hacen mucho más llevaderos.
Es muy agradable ver el fluir de la vida en las ganas de todos los implicados por continuar con sus propios devenires. Romper interrupciones nunca deseadas. Demostrar que la realidad cuando tuerce los propósitos iniciales puede enderezarse paulatinamente con el ímpetu y las energías necesarias para retomar las costumbres y obligaciones perdidas.
Por eso, me parece interesante que ese plus que da la concienciación, nos lleve también a saber diferenciar la verdadera dimensión de lo que va sucediendo. Ni minusvalorar ni sobredimensionar.
Cierto es, que hay una tendencia a resaltar lo malo y silenciar lo bueno. En términos periodísticos se diría que, puestos a elegir, la noticia preponderante siempre sería “niño muerde a perro”.
De cualquier forma, y al menos de momento, disfrutemos todo lo que podamos al ver inundados nuestros entornos de ilusiones por formar. De corazones acelerados. De risas, empujones cariñosos, besos y abrazos casi virtuales. Gritos amordazados por las mascarillas.
A la espera de las lluvias, con tardes cada vez más cortas o con menos luz, bajando poco a poco las temperaturas afrontamos un nuevo septiembre.