Ahora que se terminan estados de alarma, que se aprueban Decretos de vuelta a la normalidad, que paulatinamente vemos como el telón de los teatros sube, la gente acude a los espectáculos, terrazas, restaurantes y bares se pueblan de animadas conversaciones…, nos planteamos el dilema de si todo va a ser como antes. Algunos se reafirman ingenuamente, quizás presos de un angustiado positivismo.
Pero creo que no. Deberíamos cambiar sustancialmente. Y además se puede. Lo hemos demostrado en estos largos meses de confinamiento que no quisiéramos tener que volver a repetir.
Hemos frenado, aunque sea mínimamente y de manera coyuntural, el cambio climático con la reducción de emisiones de gases contaminantes a la atmósfera, entre otros fenómenos. Han sido muy llamativas las imágenes de algunas grandes ciudades en fechas previas a la pandemia y en la actualidad. Han sido muy ilustrativos los datos de consumo energético.
Hemos demostrado que el gasto desaforado en todo tipo de productos se puede revertir o distribuir de manera mucho más equitativa. Si de algo podemos sentirnos orgullos durante estos meses es de la concienciación en la solidaridad con los que más lo necesitan. Junto a la cooperación y la resolución de conflictos han sido dos de los más agradables conceptos que han predominado.
Hemos sido capaces de fomentar el valor de lo público. La puesta en marcha de iniciativas privadas que complementaban los servicios públicos han ido en esa dirección. La sanidad, la educación, la dependencia, ha mostrado, en términos generales, que cuando lo colectivo lleva el guión de un destino en el que nos involucramos todos, se prescinde del beneficio inmediato individual para hacernos mucho más grandes como sociedades.
En definitiva, hemos posibilitado que un elemento tan denostado por nuestros errores de las últimas décadas, como la sostenibilidad, vuelva a tener rigor científico. Es posible, si se quiere, si se tiene voluntad, si se es consciente de elegir las prioridades, volver a puntos de partida en los que íbamos retrocediendo día tras día.
Por consiguiente y resolviendo el dilema del comienzo del artículo, no necesitamos volver a la normalidad, al menos a la inmediata normalidad que perdimos. Necesitamos dar un giro brusco, como el que hemos realizado durante la crisis sociosanitaria que estamos pasando. Hay valores que perdimos, que estamos recuperando y que deberíamos consolidar en el tiempo y en el espacio.