Durante las últimas semanas he comprobado cómo se echa de menos poder contar con todas tus capacidades al completo. He sufrido una fractura en el brazo derecho, lo cual me impide y me limita el realizar, como de costumbre, buena parte de mis actividades.
Me he tenido que adaptar y comprender, y asimilar, que necesitas la ayuda de los que te rodean. Que se puede avanzar del mismo modo, aunque sea un poco más lento. Que la gente que te aprecia se preocupa por ti. Que, en definitiva, la cooperación, la solidaridad y el sentido de lo colectivo hace que las cosas sean más fáciles.
Es decir, si lo trasladamos al mundo de la vida pública, las limitaciones nos enseñan que es mejor ceder, escuchar, dialogar, poner a disposición tus habilidades para que se enriquezcan con las de los demás.
Aquí atrás leí que la política consistía en elegir entre lo malo y lo peor. Si profundizamos en esta reflexión nos percataremos que no tiene una connotación negativa. Nos viene a decir, que no existen verdades absolutas. Que, como hemos señalado en otras ocasiones, entre el blanco y el negro tienen que predominar toda una gama de grises.
Es la cesión de los valores absolutos la que hace que se puedan llegar a completar acuerdos. Y es la comprobación de las realidades posteriores la que hace que valoremos si ha merecido la pena el esfuerzo. Tengamos paciencia, pues, y esperemos a los hechos. Demos, al menos una tregua y permitamos trabajar.
Por último, con las limitaciones aprendemos que seremos más grandes cuando consigamos añadir a nuestras prestaciones las de aquellos que quieran completar la singladura que queremos iniciar.
Agradezcamos la voluntad de incorporación de los diferentes a los proyectos. Pensemos que juntos somos más fuertes. No olvidemos que lo que hace falta es la convicción de creer que estamos haciendo lo correcto. Y, evidentemente, yo creo de manera firme que sí se puede.
Demos la oportunidad a los sueños.