El domingo 28 de abril celebramos elecciones generales al Congreso de los Diputados y al Senado. Fue una jornada muy larga para la gente que estuvo en las mesas electorales, ya sea como interventores y apoderados, ya sea como Presidente y vocales de cada Mesa.
Lo verdaderamente relevante, en la mayoría de los casos que me consta, es el gran ambiente y cordialidad entre las personas que se vivió durante tantas horas de convivencia. Eso también forma parte de las lecciones que nos da el poder disfrutar de un sistema democrático.
Cada uno cumpliendo sus funciones no interfería en el desarrollo de los demás, pero a la vez dio pie a intercambiar opiniones, a colaborar entre personas de diferentes ideologías, en definitiva, a trabajar en equipo.
Nos marchamos, deseándonos poder vernos en otras ocasiones en algunos otros sitios. Y así, debería ser en todos los casos: el transcurrir con normalidad de una sesión en la que todos los españoles estábamos llamados a decidir con nuestro voto quiénes queríamos que fueran nuestros representantes.
A continuación, se producen fenómenos curiosos. Repentinamente cambia la manera de percibir la realidad para las personas en función de los resultados obtenidos en las urnas.
Comienzan los numerosos mensajes, llamadas, saludos, interpretaciones. Es el momento del tertuliano que cada uno llevamos dentro.
A la mañana siguiente paseando por las calles, la gente te para. Te felicita ( en mi caso), comparte contigo la felicidad, ves la vida con una amplia sonrisa. Parece que el resultado del trabajo previo realizado ha dado su fruto.
¡Qué alegría da!