Según el diccionario, damnatio memoriae es una locución latina que significa literalmente “ condena de la memoria”. Era una práctica propia de la antigua Roma consistente en, como su nombre indica, condenar el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte. Cuando el Senado romano decretaba oficialmente la damnatio memoriae, se procedía a eliminar todo cuanto recordara al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre.
Nosotros, hoy traemos a colación este concepto para utilizarlo a la inversa. Recientemente, hemos conocido las intenciones del Gobierno de la Nación de sacar los restos del dictador Francisco Franco del monumento que se erigió en el Valle de los Caídos, para, entre otras barbaridades, exaltar su nombre y su obra. Del mismo modo, se pretende convertir este lugar en un Museo de la Memoria.
Y aquí es donde reside el acierto. Tras la polémica suscitada en torno a la simbología, que recuerda el franquismo, por otra parte, en cumplimiento de una Ley en vigor (no nos cansaremos de repetirlo), nos parece adecuado que las generaciones más jóvenes conozcan su pasado más reciente.
Para ello no es procedente, a mi juicio, eliminar los vestigios. Hay que conservarlos en el lugar adecuado, pero siempre acompañados de una acción pedagógica que muestre lo que representan. Que enseñen a los que no lo vivieron el dolor de la tortura, de la pérdida de la libertad, de la represión, muerte y silencio que llevó consigo todo lo que se asoció al funesto régimen al que se vio sometida la población española entre 1939 y 1975.
Se trata de una lección de Historia, pero sobre todo, de una lección de Democracia y de Ciudadanía. Las Administraciones públicas, con lentitud pero sin pausa, parece que se están poniendo manos a la obra. La última que lo acaba de hacer es la Diputación de Cáceres con la creación de un Comité de Memoria Histórica formado por expertos, que asesorarán a los municipios de la provincia y cuya principal función será elaborar un catálogo de vestigios franquistas.
De eso estamos hablando, no de condenar la memoria, como citábamos al principio de nuestro artículo, si no todo lo contrario, mantenerla, preservarla, darla a conocer para que el pensamiento crítico cale en todos aquellos que no soportamos ningún tipo de totalitarismo.