Con la llegada del verano y el fin del curso académico, se producen una serie de actos, tan entrañables como significativos, de un cambio de etapa. Nos referimos, fundamentalmente, a las graduaciones de los alumnos que terminan la Enseñanza Secundaria y a los que, unas semanas antes, les tocó el turno, los de Bachillerato.
Estamos ante un nuevo tiempo. Un ciclo vital termina y otro está presto a comenzar. Pero, no solamente queremos resaltar lo que representan estos momentos para sus protagonistas; esta eclosión de miles de adolescentes que irradian, con su contagios, alegría en nuestras calles y parques, si no también para sus familias y profesores.
A estos últimos quisiera dedicarles unas palabras. Han sido sus acompañantes durante varios años. Han escuchado sus problemas. Han intercedido por ellos. Han transmitido algo más que sabiduría y pedagogía. Por eso, da gusto ver la dedicación y el caudal de emociones que supone ver ahora partir a estos adolescentes. Sin olvidarnos de aquellos profesores ya jubilados que aprovechan estos días para volver a ver a sus discípulos. Para reencontrarse. ¡Bonita palabra!
Padres y abuelos, tanto unos como otros, que han pasado días y noches de angustias y alegrías. De concentración y dispersión. De búsqueda en común.
En definitiva, una comunidad educativa formada por varias piezas que cuando actúan unidas son imparables.
Detened, chicas y chicos estas impactantes horas, pues estoy completamente seguro que vais a volver, repetidas veces en vuestras vidas, a ellas. Serán retazos de una película que pasará por vuestras mentes en instantes de debilidad y que os reconfortará, en otros muchos, de fortaleza.
Sensaciones, que multiplicadas con muchas otras que viviréis, servirán para convertiros en personas y que serán un punto y seguido a vuestra independencia con el nexo de unión de todos y cada uno de los que la han hecho posible.
Volad!