En estos días en los que tanto hablamos de los sentimientos y de las soberanías de pueblos y territorios, no está de más que nos acordemos, en contraposición, de uno con el que los españoles estamos en deuda. Se trata del Sáhara. Sobre todo, para comprender que la situación es inmensamente diferente. Nos referimos a la renuncia que ha hecho España a defender el derecho de autodeterminación en ese espacio.
Más aún, cuando se entra en la contradicción de que la mayoría de los parlamentos autonómicos ( formados, no lo olvidemos, por representantes de grupos políticos de todas las ideologías), lo defienden con firmeza, frente a la postura tibia, cuando no indiferente, del Gobierno de la Nación. Tanto España como Francia, fueron agentes esenciales en el proceso de descolonización del que ahora parecen desentenderse a la hora de culminarlo con éxito.
Si bien, el deseo de independencia puede ser más o menos fuerte, a mi juicio, es mucho más importante el factor humanitario. Programas como el denominado “Vacaciones en paz” o el “Maratón del Sáhara” contribuyen a acercarnos mucho a su realidad.
Ejemplos de solidaridad, de igualdad, de empoderamiento de las mujeres, se mezclan con el ingente caudal de cooperación al desarrollo o el desembarco de políticas públicas de igualdad, que aún sufriendo los efectos de la crisis económica, no dejan de sucederse.
No hay más que echar un vistazo a los campamentos de refugiados para percatarse de que estamos, fundamentalmente, ante una cuestión de Derechos Humanos y, en nuestro caso, de responsabilidad histórica.
Si tenemos que ser sensibles con nuestros vecinos marroquíes, no lo es menos, que es nuestra obligación, combatir la vulneración de cualquier tipo de injusticia social, ya sea en Tinduf, como en Rabat, en Badajoz o en Barcelona.
Una simple mirada debería bastar para desatar un caudal de acciones de promoción de causas justas.