Hasta hace muy poco tiempo, buena parte de las intenciones de los que diseñaban los programas de los partidos políticos iban dirigidas a lo que convencionalmente se denominaban las clases medias. Allí estaban los principales caladeros de votos y parecía ser una agradable aspiración de la mayoría ser etiquetado dentro de ellas ( en sus diferentes acepciones: clase media baja, media media o media alta). En definitiva, eran partidarios de un gobierno mesocrático, donde el concepto obrero había quedado devaluado y el de élite o clases nobles o altas era tan minoritario que se despreciaba ( en el sentido fundamentalmente demoscópico).
Sin embargo, la crisis económica ha arramblado con todo esto. Ha hecho posible que, sobre todo, desde la izquierda reconsideremos nuestros postulados. Se nos reclamaba volver a nuestros orígenes. Centrarnos en la lucha contra la desigualdad. Preocuparnos esencialmente por los más débiles. Situar el centro de nuestras políticas no en la consolidación de los que han conseguido, aunque sea mínimamente, ascender en la pirámide social, sino volver a mirar atrás. A aquellos que se han quedado parados, estancados, que han retrocedido. En definitiva, que han perdido muchas oportunidades.
Hemos construido un estado del bienestar que cuesta una barbaridad mantenerlo para un amplio espectro de nuestras capas sociales. Se engrosa la columna de los que deben y se adelgaza la de los que tienen.
Si esta descripción corresponde a un esquema general, afecta mucho más a comunidades como la nuestra, Extremadura, tradicionalmente sojuzgada y sometida a la presión de ver cómo las diferencias políticas, económicas y sociales agudizan o polarizan aún más las posturas o las tomas de posicionamiento.
Sería una pena, pero si no cambiamos esta dinámica, nos meteremos de lleno en antiguas batallas dialécticas entre arriba y abajo, pobres y ricos, explotados y explotadores…. Y en ese caso de nuevo tiene que estar claro dónde y con quién tiene que estar, la izquierda y la derecha.