En su obra, “La luz que no puedes ver”, Anthony Doerr hace la siguiente definición del concepto sublimadas: se trata del instante en el que una cosa está a punto de convertirse en otra. El día en noche, el capullo en mariposa, el cervatillo en corzo, el experimento en resultado,…
Es precisamente en el punto en el que deseamos situarnos durante estos días. Época de balances y también de asumir nuevos proyectos. Recapitulación de errores y de aciertos. De sentimientos y de certezas. De inquietudes y de inseguridades.
Salvando las distancias sería como las hogueras de San Juan en junio. Cuando quemamos lo viejo para entrar en el camino de lo nuevo. O para los cristianos en la época inmediata a la Cuaresma. Cuando el carnaval permite sobrepasar los enjutos límites que ponemos en nuestras vidas. En ese intervalo nos prodigamos en excesos físicos y verbales, sabedores de que un tiempo mejor está a punto de nacer.
Ponemos una x en el cronograma para romper lo cíclico de la existencia. La sucesión de horas, de días y de noches, la encadenación de acontecimientos que, sin estos paréntesis, serían una sucesión de secuencias tremendamente aburridas.
Por eso es positivo situar horizontes en lontananza. Colocar aspiraciones a corto y medio plazo. Proponernos retos. Asumir riesgos. Compartir experiencias. Eso es, en definitiva, la vida.
Con el objetivo de seguir variando, diversificando nuestra presencia, despidamos este espacio en el calendario que hemos denominado 2016, para adentrarnos en una nueva secuencia que, sin duda, nos traerá multitud de cambios. En eso consiste estar sublimado. En pasar de un estado a otro.