Hace tiempo escuché decir a Esperanza Aguirre que una de las causas por las que el Partido Popular había perdido votos, era por cuestiones ideológicas como la Ley de Memoria Histórica. Se refería evidentemente a que, tras un periodo de mayoría absoluta, podrían haber actuado sin complejos y derogar la Ley. Pero no lo hicieron. En su lugar optaron por asfixiarla. Dejarla sin presupuesto. Obstaculizar no sólo su desarrollo, sino también su aplicación.
Al parecer, a los votantes de derechas, auténticos, esto les parecía escaso. Querían, como hicieron con la asignatura de Educación para la Ciudadanía, eliminarla. Borrar cualquier vestigio que quiera poner en valor, asuntos como la tolerancia, la libertad, la pluralidad de opiniones, el deseo de convivir y recordar. La Historia en definitiva.
Algo parecido le pasa a la izquierda con asuntos como el internacionalismo o el plurinacionalismo. Para evitar ambigüedades, algunos sectores quieren poner el acento en los sentimientos, en lo próximo y por consiguiente, se centran en defender presuntas tradiciones particulares, incluso en sentirse atacados, llegando al extremo de luchar contra lo diferente. Se obsesionan con cerrar fronteras. Con buscar exclusividades. Con evitar coincidencias.
Sin embargo, la izquierda, y los socialistas en particular, siempre hemos defendido que primero las personas y luego los territorios. Puede ser más o menos comprendido, aceptado o compartido, pero es así. Un socialista entiende que los problemas, las necesidades de la gente tienen que preocuparnos de la misma manera si suceden en el Norte o en el Sur. En Euskadi o en Andalucía. En Alemania o en Portugal.
Por eso son muy importantes las ideas. Por eso es fundamental ser sólido en tus creencias. Ganar en credibilidad, aunque, como citaba Esperanza Aguiere, pierdas votos.
La dignidad, algo con lo que antes se decía que no se comía, es una pieza fundamental del orgullo de ser compañeros. De compartir. No de dividir. Es nuestra esencia. Somos el PSOE. No lo olvidemos.