Durante los últimos días el protagonismo mediático (y merecido) ha sido para las mujeres. En Extremadura se está cumpliendo la premisa que anunció, con gran impacto por cierto, el Presidente de la Junta, al aludir a que “ésta sería la legislatura de las mujeres”.
Así, y a modo de ejemplo, hemos vivido unas extraordinariamente bien organizadas Jornadas sobre Mujeres y mundo rural. Tanto Fademur como la Diputación de Cáceres, estuvieron brillantes. Me ha llegado el eco de las bienaventuradas intervenciones de los participantes. Ya va dejando de ser noticia el hecho de que Begoña, la Consejera de Medio Ambiente y Rural esté dejando su impronta en un entorno predominantemente copado por los hombres.
No son de recibo asuntos como que avanzado el siglo XXI todavía no esté comprendida la necesidad de poner en marcha la cotitularidad en las explotaciones agrarias, para poner en evidencia que las mujeres trabajadoras del campo, son algo más que números de peonadas o apoyo y sostén de otros.
No es de recibo que se abran debates sobre las cuotas, cuestionando la valía de las que paulatinamente van ostentando puestos de responsabilidad. Por sus méritos las conoceréis.
En este sentido, he quedado gratamente sorprendido al contemplar un documental sobre Gertrudis, una de nuestras primeras bioquímicas. Una señora que tuvo el privilegio de poder ir a la Universidad en tiempos especialmente convulsos para las mujeres. Que hizo carrera a comienzos de los años 40 en unos momentos en los que la investigación y la ciencia relegaba a las mujeres a la anécdota de las batas blancas de algún laboratorio aislado. Sin embargo Gertrudis, quien por cierto vivió un tiempo en Extremadura, en la estación de Arroyo/Malpartida de Cáceres, logró no sólo abrirse camino sino convertirse en uno de los referentes más lúcidos en su especialidad. Los galardones y el reconocimiento internacional la avalan.
Me ha parecido interesante este breve homenaje final para constatar cómo estamos inmersos en un mundo en el que mujeres y hombres vamos a caracterizarnos, no por nuestro género, sino por nuestro trabajo. Y ellas han dejado de ser la excepción en la excepcionalidad, valga la redundancia. Para lo bueno, para lo malo y para lo regular. Como la vida misma.