más destacable, sin duda, del acto, fue el discurso de Charo: humilde, directa, sin ambages, pero sabiendo diferenciar, de manera magistral, lo que es el uso de la palabra en un acto institucional de uno partidista. Y no siempre sucede. Además se notaba que se trataba de un razonamiento real. Y tampoco es habitual.
Asimismo quiero resaltar todo lo que se desprendía de aquellos momentos. Decenas de alcaldes y cargos electos hablando de proyectos. De nuevos comienzos. De continuidad, paréntesis, pausas o finales de etapa.
Eran hervideros de comentarios. De intercambios de opiniones. De expertos en rumorologías, algunos auténticos gurús que presuntamente adivinan las intenciones de los demás.
Pero sobre todo pasamos unas extraordinarias horas hablando de política. De la cosa pública. De la alegría de tener fuerzas para acometer la catarata de intenciones que se han venido dibujando meses atrás.
Porque un programa electoral no es una sugerencia, ni una propuesta, ni una posibilidad, ni siquiera el compendio de una tormenta de ideas de los más próximos al candidato. Un programa electoral, ya lo hemos comentado en otras ocasiones, es un contrato. Y como tal tiene fechas de cumplimiento, beneficiarios, actores ejecutantes, fases de desarrollo…
Los alcaldes nuevos se están encontrando ahora con muchas sorpresas. Sin embargo no harían bien hablando de la “ herencia recibida”. Se les ha elegido en muchas ocasiones para arreglar los desaguisados de sus antecesores. En otros casos porque se entendían que podrían resolver mejor que los anteriores los problemas del pueblo. En definitiva porque se les considera mejor preparados para afrontar todo tipo de vicisitudes.
Por último el alcalde nos representa a todos. Por esa razón no debería actuar ni tratando de contentar a la oposición ( “ a ver si así se callan”) ni mirando sólo para sus votantes, buscando el beneplácito del aplauso fácil. Que quede claro que su obra perdurará, sobre todo, desde que deje el bastón de mando.