“Libertad, ¿para qué?”, dijo Lenin en el fervor de esa eclosión ideológica que quería laminar todo atisbo de capitalismo.“Libertad,¿para qué?”. Han proclamado todos aquéllos que han querido arrancar al hombre el valor más excelso que se puede atesorar en este mundo. Porque la libertad está clavada en lo más profundo de la Humanidad, desde que Adán y Eva fueron creados por Dios, en los albores de aquélla.
Una libertad que es puente para poder pasar a ese estadio de la vida en que los hombres y mujeres pueden lograr el más grande fruto que pueden alcanzar y que brotó aquí en la tierra que los amamanta y da vida, a todo lo largo de su existencia, nunca fácil y siempre llena de asechanzas... Una libertad que ha sido aclamada por sabios y por genios de toda raza y condición. Una libertad a la que se le han hecho los más grandes monumentos, conociéndose los carismas que ella comporta, pues afecta al espíritu humano, en su mayor profundidad. Una libertad por la que han muerto muchos en el campo de batalla, en mazmorras y en campos de concentración, sometidos al yugo de la barbarie más perversa.
Libertad, ¿ para qué? Para ser ciudadano del mundo. Para que todos seamos iguales ante la ley. Para poder dominar pasiones y apetitos desordenados. Para ser honrados y honestos. Para ser solidarios con los otros, aunque no los conozcamos y tengan otras ideologías diferentes a las nuestras. Porque con el don de la libertad nos convertimos en ángeles con suyas alas sobrevolamos la maldad, el egoísmo, la corrupción, la mentira y la falsedad…Ya con todo esto nuestra dignidad de hombres y mujeres se alzan a parámetros de una riqueza espiritual incalculable.
No puede ser un pueblo más huérfano de todo, si carece de libertad. No puede haber mayor desgracia que un colectivo aherrojado con los grilletes que encierren el derecho inalienable del hombre y la mujer, desde que irrumpió la luz en esta tierra nacida a la vida más coherentemente humana, desde las cavernas. Una libertad que sirve para no ser esclavo de nadie ni de nada. Para no ser súbditos lanares de ningún capricho, de grandes veleidades y intereses torcidos, como de falta de caridad y hermandad con quienes están a nuestro lado o en las antípodas. Una libertad que nos lleva a ser dueños absolutos de nosotros mismos.
Una libertad que fue resplandecida en la mejor novela de todos los tiempos: el Quijote de Cervantes: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. No se puede haber otro ditirambo más a la libertad como el que proclamara Miguel de Cervantes, que hizo el milagro de ofrecernos la novela por antonomasia de toda la historia literaria.
Y dieron su mejor incienso a la libertad los filósofos más eminentes, como Sócrates, Séneca, Aristóteles, Hobbes y Pascal; ilustres oradores como Cicerón y Tácito; poetas como Horacio; historiadores como Tito Livio; escritores como Lope de Vega, Montaigne y Shakespeare. Y un sinfín de personajes que, enamorados de la libertad, crearon los más sesudos trabajos, dando al mundo los más hondos pensamientos que tanto han servido para ser luces y estrellas en las noches largas de la Humanidad.
La libertad es camino seguro de ir hacia la meta elegida, en medio de otras rutas que nacen de veleidades que, al fin y a la postre, se convierten en humo, en vacío y en destrucción de toda medida ordenada a la felicidad del hombre y la mujer. Aunque siempre habrá quien juegue a dos bandas, pero lleno de prudencia y necesaria advertencia, como en la frase de Pascal: “No es bueno ser demasiado libre. No es bueno tener todo lo que uno quiere”. Y tiene toda la razón. Es que entonces, esa libertad se saldría de madre, por montes y veredas en que sufriría la honestidad y el bien común, en cualquier sociedad que pretenda seguir caminos rectos para todos, sin exclusiones. Se llegaría a sí a lo que tantas veces se ha denostado: al más puro y duro libertinaje, que es el anverso de la auténtica libertad.
Libertades que es preciso ganar todos los días, porque, de lo contrario, pueden caer en el peligro de agostarse, de perderse. Es decir que el que está en posesión de aquéllas deberá seguir la tarea del hortelano: regar las plantas todos los días ante el viento tórrido de las adversidades, ante el huracán de los diarios peligros, y ante la zarpa de todo tipo de agresiones que tanto daño ocasiona...
Libertades para gozar de los derechos a que se tiene acceso y que ofrece toda sociedad que respeta al hombre y le protege, contra todos los obstáculos que se le pueden presentar en la vida. Libertad para amar a la patria, para la posibilidad de reunirse con los demás, para poder expresar cuanto sintamos, y para unir todas las fuerzas en momentos de peligro, para romper toda clase de cadenas que mermen el albedrío y las propias decisiones, en orden a buscar la felicidad y el provecho de cada uno. Para realizar todo aquello que es bueno para todos y no para uno mismo, en censurable egoísmo; para obedecer las leyes, de manera razonable y consciente de que esto ha de ser lo mejor para la comunidad…Una libertad para poder interiorizar profundamente que ha sido lo más grande que Dios concedió a la Humanidad. Y que Jesús de Nazaret ensalzara en sus correrías de Palestina: “LA LIBERTAD OS HARÁ LIBRES”.
Nunca toda sociedad ha de renunciar a la libertad. Nunca todo colectivo puede tirar por la borda los grandes valores de la libertad. Nunca nadie puede renunciar a la libertad, porque cercenaría de su alma su parte más nuclear. Porque “el hombre ha nacido libre” subrayó Rousseu; pero matiza con esta advertencia: “La libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha trazado”. Como hay otras matizaciones no exentas de sentido común y acierto. Recuérdese la máxima de Thomas Jefferson: “No puede esperarse que los hombres sean trasladados del despotismo a la libertad en un lecho de plumas”. Y que la libertad ha de ser vigorizada, de vez en cuando, con los máximos cuidados para que no se empobrezca y pierda aliento y virtualidad. Y que la libertad es sagrada en tanto y cuanto no erosiones la libertad de otros, ni infrinja leyes y obligaciones que impulsan a cumplirlas en el seno de toda sociedad libre, en paz y armonía, aunque sin favorecer nada ni a nadie por intereses espurios.
Y nadie será verdaderamente libre dentro en un colectivo sometido a fuerzas que nos rompa la iniciativa y la voluntad para hacer esto o aquello que nos ofrece y reporta toda sociedad nacida para vivir todos y con todos, en amplia armonía. Aunque, ojo, que no todo el monte es orégano, porque la libertad supone, comporta y exige responsabilidad, por eso mismo tantos hombres y mujeres no la echan de menos, ya que piensan que le va a dar más sinsabores que bienes. Craso error, porque no ha de pasar mucho tiempo sin que se den cuenta del tremendo desvarío que tal conducta puede acarrearles.
Una libertad que tanto la hizo resplandecer un hombre por unos vilipendiado y por otros ensalzado, hasta límites excesivos: Manuel Azaña, quien no tuvo empacho en decir, lisa y llanamente, que “la libertad no hace felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres”. Pero, a renglón seguido, será el gran filósofo Ortega y Gasset el que clama con agudeza. “El hombre vive en el riesgo permanente de deshumanización”. Lo que, claramente, nos viene a advertir que sí, que muy bien, que la libertad es como el alma del hombre, pero que éste puede perderla al menor contratiempo, si no lucha por ella.
Mientras tanto, ese hombre y esa mujer han de saber que sus libertades vienen a ser como unas alas que les han de servir para volar por la vida, de manera honrada y honesta, sabiendo ser compañeros de sus semejantes, o simplemente, saber respetar sus derechos, fermentos de toda sociedad justa y equitativa. Porque si no lo cree así, está malgastando una prerrogativa de valor incalculable, que es muy difícil recuperar una vez perdido en la inoperancia, en la pereza y en la desidia.
Siempre habrá, y hay de hecho, otras teorías que matizan todo cuanto hemos señalado; siempre existen otros puntos de vista que puedan arrumbar con casi todas las ideas expuestas hasta aquí en el presente artículo, pero, en el fondo, sin ninguna duda, cuanto hemos puesto en el tapete de nuestros lectores, tiene plena vigencia, hoy, como la tuvo en el pasado, y como la tendrá en el futuro. Se podrá disentir en esto o en lo otro, pero en su punto mollar de lo referido no hay duda que posee validez, aquí y ahora, y en todo tiempo y lugar. Por muchos vientos que soplen en sentido contrario.