- Introducción.
Nada más iniciar estas líneas, observo que hay tres cifras en la trayectoria de Antonio Rodríguez Moñino, que, por una de esas casualidades del azar, nos ofrecen cierta curiosidad: Su fecha de nacimiento termina en 0: 1910; fallece en un año cuya cifra finaliza también en 0: 1970. Y el número de sus años de vida acaba termina en 0: 60. Pero casualidades aparte, vamos a tratar de hacer una pequeña aproximación a la vida y a la obra, de nuestro ilustre hombre, acorde con ese centro de interés y referente editorial del nuevo número de la revista “Ars et Sapientia”. Una vida y obra, hasta ahora poco conocida por el gran público de esta bendita tierra nuestra -más allá de una minoría estudiosa que lo admira fervorosamente-, por lo que trataré de reseñar algunas cosas de su interesante y singular biografía.
En primer lugar, subrayemos que la primera vez que tuve la suerte de descubrir a este insigne personaje, muy ponderado por la intelectualidad del país, hijo de un funcionario de Administración Local, Antonio Rodríguez-Muñino, nacido en Calzadilla de los Barros (Badajoz), el 14 de marzo de 1910, y fallecido en Madrid, en 1970, fue en ocasión de un homenaje que le hicieron, con motivo de su muerte, mediante un acto celebrado en la Caja de Ahorros de Cáceres.
Una numerosa presencia de público escuchaba a los oradores de turno en dichos momentos, donde el fervor por este prestigioso erudito, bibliógrafo y filólogo español, era patente en todos los asistentes, mientras que los oradores de turno se esforzaban en lucir sus mejores galas de elocuencia y encendido verbo. Allí, en medio del todo Cáceres y de una parte selecta de Badajoz, pudimos escuchar las excelencias de este grande de nuestra tierra, para la que fue un verdadero e inapagable lujo. Y es que personajes como él sólo pasan en la vida unos pocos, y esto con suerte. Pero de todos los intervinientes descolló, de forma sobresaliente, uno de ellos, tanto en la forma como en el fondo. Con selecta expresión y con una voz algo gastada, propia del profesor con muchos años a sus espaldas, dictaba su brillante discurso. Pocas veces he oído loas y elogios, tan exultantes, dirigidos a una persona, que, en este caso, estamos hablando de un hombre que, durante muchas décadas, fue paradigma de trabajo inagotable por su formidable dedicación a la especialidad de la que era uno de los máximos exponentes en toda Europa.
La figura exaltada no era otra, claro está, que la de Antonio Rodríguez-Moñino, y el tribuno de turno, el gran filólogo español, Fernando Lázaro Carreter, director de la Real Academia Española, durante algunos años. Allí mismo descubrí, de forma muy aproximada, la auténtica valía de ambos prohombres de nuestro mundo literario. El uno, aragonés, autor de numerosos estudios sobre el siglo de Oro español y maestro de sesudos trabajos de lingüística; y el otro, el homenajeado, un extremeño de la tierra, testimonio de erudición insuperable. En definitiva, dos insignes lingüistas del mejor cuño.
1.- Una inquieta y precoz juventud.
Hemos titulado el presente trabajo de este bibliógrafo y bibliófilo, de vastísima labor investigadora, con un encabezamiento que pivota en este triple enunciado: Precocidad, depuración y extremeñidad. Con respecto al primer término, digamos que éste se cumpliría de forma total, si paramos mientes en que su mente, su pluma y su propia contextura intelectual, estuvieron, desde muy joven, caracterizados de una inusitada premura por llegar a producir, lo más pronto posible, algo importante en la vida, experimentando hondas sensaciones literarias; es decir, de realizarse como escritor en la vertiente elegida. Una contextura intelectual que parece evidenciarse en el retrato que le hizo Benardino Pantorba, cuando nuestro personaje frisaba en los 30 años; retrato que nos sirve de pista excelente para conocer, un poco, siquiera, cómo eran en realidad, en esa época, los rasgos fisonómicos de Antonio Rodríguez Moñino.
Cursa el bachillerato en el colegio de los Marianistas de Jerez de la Frontera y en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza, de Badajoz, ingresando, posteriormente, en 1924, en la Universidad María Cristina de los Padres Agustinos de San Lorenzo del Escorial, donde surgirá en él su gran pasión por la bibliografía. En este mismo año-en plena dictadura del general Primo de Rivera- tendría lugar la edición de su primera obra: Una cuestión palpitante: lo del texto único en los Institutos, cuya publicación apareció en el periódico de Badajoz, La Libertad, con fecha 5 de marzo de citado año. Todavía, pues, no había cumplido los catorce años, cuando ya llevaba en su mochila de trabajo libretas llenas de apuntes y lápices bien aguzados… Su ímpetu, precoz, en hacerse ya notar en el mundillo literario no podía ser más sorprendente.
Este primer ímpetu, sello peculiar en buena parte de su vida, no iba a ser sólo flor de un día, ya que, cumplidos los 14 años, en 1925, haría que su pluma, bien cortada, produjera toda una gavilla de maduras publicaciones, siendo la primera un excelente trabajo bibliográfico acerca de Joaquín Romero Cepeda, escritor extremeño del siglo XVI, que dedicó a un padre de la Orden agustiniana, del Monasterio del Escorial, J. V. Corraliza, nacido en la localidad de Villanueva de la Serena (Badajoz).
Mientras tanto, tenían lugar sucesos en el contexto histórico del país, que parecía aliviarse mediante el desembarco de las tropas españolas en Alhucemas, en afortunada unión con el gobierno francés, lo que llegaría a suponer la pacificación total del Protectorado marroquí. Tan resonante éxito militar hizo que el dictador convirtiera su gobierno en un Directorio civil.
Precocidad, (alimentada por su voracidad lectora, sin intermitencias, pues hasta en la época de vacaciones no dejaba de acudir a las bibliotecas de Badajoz) que ya, desde ahora, nunca habrían de ralentizarse, puesto que, en 1926 -año del fracasado pronunciamiento militar, la San Juanada- se ha de integrar en el llamado Centro de Estudios Extremeño, de reciente creación, mientras que, sin perder tiempo, de nuevo estaba presto para publicar dos trabajos que se han considerado esenciales para sus Estudios Extremeños: Teatro extremeño del siglo XVI, y Folclore extremeño. En 1931, cuando todavía contaba 21 años, publicó una obra que destacó en la generalidad de toda su producción, publicada bajo el nombre de: Bibliografía hispanooriental.
El joven Antonio, por tanto, va quemando etapas con una rapidez fuera de lo corriente, ya que, transcurridos dos años, no desea únicamente estar en posesión de los conocimientos de Derecho, que sus estudios universitarios le están reportando, sino que, se decide iniciar ahora la carrera de Filosofía y Letras, algo muy coherente y oportuno, dado que le serviría de una utilísima herramienta de trabajo en sus tareas bibliográficas, para cuya especialidad se sentía privilegiadamente dotado, como se demostró a lo largo de toda su vida.
Estamos en 1928, cuando, de manera definitiva, se establece en la Villa y Corte, en una época en que se empieza a configurar el crepúsculo de la dictadura de Primo de Rivera, con algaradas y disturbios estudiantiles, que se extienden a todo el país y se prolongan hasta finales de 1929. Tiene sólo 18 años, cuando el descontento contra la dictadura primorriverista se hará generalizado y público. Por lo tanto, es fácil pensar que el estudiante Rodríguez-Moñino, debió involucrarse en las ruidosas manifestaciones universitarias existentes, máxime, en Madrid, “poblachón manchego”, que siempre tenía la primacía de ser el epicentro donde se originaban los mayores temblores de cualquier de brote político.
Aunque, simultáneamente, no vemos al joven Antonio dilapidando las horas en distracciones que fueran contra su natural sentido del deber, sino de comportarse como un alumno disciplinado, con puntualidad británica en las clases y modelo de atención en las mismas, llevando sus apuntes al día. Lo que no obsta para que, en sus ratos de ocio, dedicara unas horas a ciertas tertulias habidas en la capital, en que deseaba dar rienda suelta a sus ilusiones y proyectos, aunque, escuche más que hable, como corresponde a estos años, en que, por lo general, se suele ser más esponja que fuente fluyente de saberes y conocimientos. A su afición a las tertulias añadiría, también desde muy joven, su inclinación al género epistolar, con destinatarios muy variados, entre cuya correspondencia se ha de señalar una gran profusión de cartas con extremeños. La exposición de tales intercambios se halla en el Legado de la Real Academia Española
Pero era tanto el gusto que le tomaría a dichas tertulias, con su intercambio de ideas, pareceres y opiniones, que, motu proprio, no dudó en formar una con algunos compañeros y amigos, que tendría su ubicación en la calle Castilla, de Madrid. En ella, en charla distendida y en sana camaradería, irá descubriendo su rica personalidad, en un ambiente que habría de ser para él “un elemento axial” para poder proyectar buena parte de lo que llevaba dentro. Que era mucho, pues mucha era su tenacidad en conseguir nuevas cotas de conocimientos, de manera especial en lo que fueron sus dos grandes pasiones: la bibliografía y la filología, en las que terminó por erigirse en una incontestable autoridad.
Tan es así, que transcurridos muchos años, a la altura de 1953, en plena dictadura franquista (suavizada algo por el Concordato entre España y la Santa Sede y el pacto de Madrid con los Estados Unidos), presidía una tertulia en el café de Lyon, con la presencia, entre otros, de Miguel Muñoz de San Pedro, el cacereño conde de Canilleros, y de varios escritores más, que integraban el consejo de redacción de la “Revista española”, que él mismo fundó. Entre ellos, se contaban: Ignacio Aldecoa ( la trilogía, La España inmóvil, 1954-56), Rafael Sánchez Ferlosio (El Jarama,1956) y Alfonso Sastre (La mordaza, 1954), ilustres referentes, todos, de aquella generación llamada del Realismo español.
Dedicado a estas tareas con capacidad para la investigación, método de trabajo y dotes de análisis para desbrozar ese mundo complejo de su especialidad literaria, fue sorprendido, agradablemente, con el nombramiento de Académico Correspondiente a la Real Academia de Buenas Letras, de Málaga. El resultado, pues, de su trabajo no podía ser más fructífero, ya que acababa de convertirse en alguien que empezaba a pisar la moqueta, siempre solemne, de una Academia. Y esto ya eran palabras mayores.
Un triunfo que, por inesperado, no era menos merecido y con particular mordiente al contar únicamente con 21 años de edad. Era el sino y el sello de una biografía precoz y apresurada, que estaría adornada por ese toque de reiterados éxitos, a pesar de tener tan pocos años. No obstante, no va a caer en la tentación de recluirse en Madrid, siguiendo la rutina de un trabajo monótono, sino que, una vez que fue asistido de una nueva beca, concedida por la “Junta Constructora de la Ciudad Universitaria”, y mediante la propuesta, unánime, de la Facultad de F.y Letras de la Universidad Central, tendrá ocasión de viajar a Francia y a Bélgica, a fin de ampliar estudios.
Será una salida al extranjero que le valdrá para oxigenar sus pulmones literarios y darle, a la vez, un marchamo de gran salto cualitativo, científico, acorde con la exigente capacidad de todo investigador que se precie, poniéndose como reto llegar a lo más alto en su parcela de trabajo. Una salida, pues, que será muy oportuna y eficaz para su asimilación de nuevas teorías que le darían solvencia y solidez en sus estudios.
Una salida al extranjero que no va a ser la última, puesto que, ya desde 1960 (año en que Franco se reunía en “Las Cabezas”, con don Juan de Borbón; la Falange perdía su poder decisorio en la política social del Movimiento, era el XXIV aniversario de la muerte de José Antonio, y Navarro Rubio anunciaba el Primer Plan de Desarrollo), tenía la oportunidad de impartir cursos en centros universitarios de los Estados Unidos, de modo especial, en la Universidad de Berkeley (California) -una población próxima a la ciudad de San Francisco-, amén de ostentar la vicepresidencia de la Hispanic Society.
Y junto a tales novedades, va a recibir Rodríguez-Moñino otra sorpresa, en plena República, como fue el nombramiento para otra Academia; se trataba, esta vez, de la “ Real Academia Hispano-Americana, de Ciencias y Artes de Cádiz”. De esta manera, ya eran dos las ciudades andaluzas que le habían concedido este gran honor, reconociendo en él sus grandes capacidades literarias, que, de modo progresivo, harán que su figura vaya alcanzando, progresivamente, cotas de mayor brillo.
Después de todo lo dicho, bien colmadas ya las alforjas de sus conocimientos, y poseedor, por tanto, de un nutrido bagaje de experiencias y de ese buen barniz que dan los viajes al extranjero, piensa, por fin, que ha llegado el momento de conseguir un “modus vivendi”, exento de sorpresas de quedarse sin trabajo, una vez que concluyan sus estudios de Filosofía y Letras y Derecho; lo que sucede en 1933, cuando contaba con 23 años de edad. En octubre de este año, sería nombrado profesor encargado de curso de Lengua y Literatura, a fin de desempeñar el cargo en el Instituto Nacional “Velázquez” de Madrid. En este mismo año, no dejaba de publicar, igualmente, ciertos trabajos acerca de antores como Álvaro de Hinojosa , Cosme de Aldana y “Notas Literarias de Extremadura”, etc.
Desde ahora se va a dedicar, con su conocido entusiasmo, a la docencia como profesor de Instituto de Segunda Enseñanza. Nueva situación que no va a desaprovechar, puesto que, entre otras cosas, tuvo oportunidad de entablar excelentes relaciones con el poeta de la Generación del 27 y autor de Manual de Espumas y Versos humanos, Gerardo Diego, quien ejercería sobre él una notable influencia. La que se puede fácilmente constatar observando su producción poética, que, aunque no abundante, sí se notan en ella ciertos perfiles de aquél.
Un año después, en 1934 (época convulsa por la revolución de octubre, triunfante en Asturias, pero seguida de feroz represión, y la declaración del Estat Català), ingresaba en el “Centro de Estudios Históricos”, en calidad de miembro de la sección correspondiente a Hispanoamérica. Una institución en la que trabajó en temas relacionados con aspectos filológicos. A esta labor habría que añadir, por entonces, su acceso a la Junta Directiva de la Asociación de Bibliotecarios y Bibliófilos de España.
Pero su seguridad profesional, sólo le podría venir, decíamos, teniendo la oportunidad de convertirse en funcionario docente del Estado, con su plaza en propiedad. Consiguientemente, decidía presentarse a unas siempre fuertes oposiciones a Cátedras de Instituto de E.M. Que aprueba. Obtenía así una de Lengua y Literatura españolas. Corría el año 1935. Y tenía 25 años.
Presto ya para iniciar esta misión, una vez destinado a Orihuela (Alicante), va a tener la oportunidad de transmitir sus sólidos conocimiento. Sería el momento, pues, en que sus muchos saberes teóricos se podrían enraizar en el yunque diario de las clases, inyectando en sus alumnos todo su entusiasmo y competencia profesoral. Pero esto no va suceder, puesto que, cambiando de propósito, sentirá deseos de seguir en su empeño más acariciado, como era la investigación, para la que se creía tener mayores dotes, como luego se demostrará. De esta manera, ya con su beca en el bolsillo para su pensión en el extranjero, marchaba a Francia y a Portugal.
Pero tales proyectos tendrían un trayecto muy corto, ya que se puede decir que estamos casi en el prólogo de una evento que a tantos españoles les iba a tronchar sus esquemas de futuro, derrumbando sus proyectos juveniles y cortando en flor sus esperanzas. Estamos hablando de una contienda que duró 3 años, durante los cuales todo sería trastocado y destruido. El país, en gran parte, resultaría un terreno arrasado en la cultura, la economía y en todos aquellos pilares que lo vertebraban…
Sí, nos estamos refiriendo a la Guerra Civil, de 1936-1939. Sobre tales años, Rafael Rodríguez-Moñino ha escrito: “ Años de lucha, de incomprensiones, de injusticias, de rencores e insidias, que son de difícil consideración dentro de un razonamiento normal humano. Todo ello con los apasionamientos dislocados, de unos, la ceguera de otros, y la envidia y la persecución secreta constante que en ocasiones fijaba inconcebiblemente aquello que habría de ocurrir en la vida del bibliógrafo a partir de 1939. Para Moñino-sigue diciendo- las vivencias desde 1936 a 1939 fueron esenciales en su vida, pues comprenden hechos de trascendencia nacional, como fueron, entre otros, la salvaguarda de bienes culturales , en 1936 y 1938; así, por ejemplo, el Monetario del Museo Arqueológico Nacional, bibliotecas particulares en Madrid, la biblioteca del Monasterio del Escorial…”
Una lucha entre españoles, que algunos justificarían al rebufo rechazable de su integrismo franco-falangista, basado en “la salvación de España”, dentro de ese grandilocuente concepto de “guerra de liberación nacional”, o pretencioso, de “cruzada religiosa”. De ahí que se conviniera en proclamar, desde el bando nacional, que se trataba de una “guerra de españoles contra antiespañoles”. Es decir, los “azules” y los “rojos”, en un declarado maniqueísmo extendido a lo largo de buena parte de la dictadura franquista.
En tales circunstancias, Antonio Rodríguez-Moñino daría ejemplo de un fuerte compromiso con la democracia que había estrenado el país, el 14 de abril de 1931,[1] con posteriores triunfos, errores y fracasos, pero dentro de un régimen legítimamente elegido por el pueblo español. En esta hora, pues, de peligro y urgencias, en que el país acababa de dar un giro de 180 grados, nuestro protagonista, tras algunos fechas de ocurrir el Alzamiento militar, no dudó un momento en poner su firma, como catedrático y escritor, en el manifiesto fundacional de la “Alianza de Intelectuales Antifascistas”. Sucedía todo esto en una ocasión tan complicada que le obligó a trasladarse a Valencia, donde impartiría sus clases en el Instituto “Luis Vives”.
Durante la contienda ( en agosto de 1938, nuestro personaje se encontraba en el frente republicano, en el nordeste de la provincia de Badajoz, mientras su familia permanecía en la capital de la provincia, una vez que fuera conquistada por las tropas rebeldes, en el pasado agosto de 1936, al mando de Yagüe. Sin terminar la guerra, Antonio se casaría con María Brey, “deseando estabilizar una relación sentimental de compromiso, que duraba ya desde el advenimiento de la II Repúblilica) recaía, una vez más, en nuestro personaje, otro cargo más, que llevaba aparejada la responsabilidad de ser nuevo técnico de la Junta de Protección del Tesoro Artístico, dirigiendo, además, la salvación del patrimonio bibliográfico, una vez depositados o recuperados en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Sobre todo ello, escribirá don Antonio, con expresiones de enorme carga crítica y palabras durísimas contra todos aquellos que intentaron dañarle con las calumnias más miserables: “ Si yo hubiera tenido medios y hubiese encontrado apoyo decidido en el Cuerpo de Archivos, a estas horas se habría recogido el noventa y cinco por ciento de lo que estúpidamente se ha dejado destrozar. Eso es lo que a mí me importaba: salvar, salvar todo lo posible, evitar la pérdida y la destrucción de tantísimo tesoro como estaba expuesto. Claro que esto no daba ni cargo ni honores ni dinero: sólo trabajo y lucha. Y muchos enemigos. Enemigos los Comités a quienes iba uno a despojar de lo controlado.
Enemigos los dueños legítimos de aquellos libros que no verían en uno más que al saqueador. Enemigos los que en nuestra actividad se veían tácitamente acusados de cómoda y perezosa negligencia. Enemigos los que a la chita callando iban tomando posiciones para, a base de inactiva hostilidad, especular con las ideas políticas recién estrenadas, tan estrenadas las que ostentaban en julio de 1936, como las que exhibirían desvergonzadamente en abril de 1939. Enemigos todos los mal nacidos que creían poder calumniarme fácilmente diciendo que menuda biblioteca iba a formar yo seleccionando tanto tesoro. Ah, pero estos últimos se equivocaban de medio a medio. Porque, desde el primer momento, puse cuidado exquisito en hacer el trabajo colectivamente: los volúmenes iban de la camioneta a la Biblioteca Nacional con diez o quince mozos, dos facultativos y tres o cuatro auxiliares. No había posibilidad de que nadie sustrajera nada. Una vez que entraban los libros en la Nacional yo ya tenía que ver con ellos: allí, los funcionarios del Cuerpo de Archiveros les darían colocación…”
Juzgue el lector sobre el contenido, amargo y apesadumbrado, de este párrafo, que rezuma desaliento y un cierto sesgo de desesperanza ante ciertas actuaciones de tantos como le quisieron poner palos en las ruedas, siempre honestas y valientes, de nuestro extremeño universal. No obstante, no pudieron con él, pues su espíritu era indomable e insobornable en sus principios . Pero, por otra parte, no dejaría de tener, en su momento, posteriormente, otros grandes obstáculos que iban a dar a su vida un giro de 180 grados. Ya que la rueda del tiempo y la política en acción haría que sobrevinieran unos malos momentos para Antonio Rodríguez-Moñino, como para tantos españoles, muy lejos ya de disfrutar de su cátedra, sin tener que padecer unos años de penuria, peligros y toda clase de obstáculos.
Todo hubiera sido distinto para él, si hubiera continuado impartiendo lecciones, en su cátedra del Instituto Nacional de Segunda Enseñanza, “Luis Vives”, de Valencia, ya relacionado con la que iba a ser su esposa, María Brey Mariño, además de personajes conocidos, como María Moliner, Dámaso Alonso, Timoteo Pérez Rubio, Millares Carlos, etc. Aunque, eso si, sin guerra de por medio, por las circunstancias que Rodríguez-Moñino comenta, comentando las “dificultades, emociones, situación económica precaria, el alejamiento permanente de los suyos; los tremendos bombardeos de las tropas rebeldes-nacionales, los lugares donde ellos vivieron, y la sencillez de unas vidas que se hallaban en permanente desequilibrio emocional…”.
No obstante, todo se iba a trastocar, mudando de escenografía, como veremos a continuación, pues la guerra había sido ganada por los rebeldes-nacionales, y otro era ya el “establishmente”, con una política perversa, con sus ajustes de cuentas, a los quedaremos paso.
2.- La depuración política trastoca su natural dinamismo
De pronto, se iniciaban unos años de prueba y padecimientos, sufriendo toda clase de penurias y persecución política. Una persecución sufrida a pesar de algunas instancias que hicieron todo lo posible para que no sucediera así, como alguna carta de cierta religiosa -Crescenta Marañón-, dirigida, en febrero de 1939, al vicario general del obispado de Badajoz, y otros auxilios. Circunstancias que podría haber evitado, si tomando sus maletas hubiera decidido marcharse al exilio, como hicieron otros tantos personajes ilustres, en una hégira penosa y heroica, a la vez, lo que llevó aparejado que muchos valores se perdieran en detrimento de la ciencia y la cultura españolas.
Pero prefirió quedarse, estoicamente, no sin mostrar sus recelos, que muy pronto se hicieron reales con sus peores quebrantos, como eran las primeras secuelas de la pasada guerra, con su largo cortejo de depuraciones y un verdadero rosario de atropellos arbitrarios, dictados por las autoridades del, entonces, omnipresente franco-falangismo, contra los que hubieran destacado por algo durante la República. Circunstancias todas ellas que entraban de lleno en la situación actual de nuestro bibliógrafo.
De esta manera, ya depurado y colgado su nombre en la lista negra de los estigmatizados con el sambenito de “rojo”, o de “izquierdista”, era forzado a saltar a esa zanja de soledad y castigo, que consistió en ser despojado de su cátedra, ganada en buena lid, condenándosele a un traslado forzoso fuera de la provincia de Madrid, durante cinco años; y, definitivamente, inhabilitado para el ejercicio de la docencia, durante más de veinte años. (¡!). De esta división entre unos y otros, según el bando en que hubieran estado los contendientes, escribe Antonio Rodríguez-Moñino:“ Cuando en 1939, se hizo, para muchos, la tajante división entre buenos y malos, yo fui incluido entre estos últimos por el delito de haber pertenecido , durante cuatro meses, en calidad de Auxiliar Técnico (…) Un grupo de hombres y mujeres de buena voluntad y espíritu de sacrificio nos entregamos a esta tarea plenamente, llegando a exponer nuestras vidas en más de una ocasión…”.
Había sido, en verdad, desproporcionado el “castigo”, por lo que, consecuentemente, se podía afirmar que las “autoridades franquistas preferían convertir el vasto campo de la enseñanza, la educación y la cultura, en un auténtico yermo científico e intelectual, antes que correr el riesgo de que quedasen sin castigo, no ya sus enemigos o adversarios, sino los meramente neutrales o reacios a manifestar, públicamente, su adscripción ideológica o política”.
Parece ser que nuestro intelectual estaba inmerso en tales “prevenciones”, lo que corroboran los decretos que fueron articulando tales desafueros, que llevaron al país a quedarlo huérfano de buena parte de los mejores talentos. Pero, una vez más, como tantas veces ha ocurrido, a través de la historia, el ¡vae victis!, clásico, se volvía a imponer con toda su virulencia mediante un feroz ajuste de cuentas, en venganza pura y dura, de las autoridades franquistas, por muy revestida que la pusieran mediante leyes promulgadas al respecto.
Una de éstas sería la promulgada, tiempo atrás, por el Ministerio de Educación Nacional, regido a la sazón por José Ibáñez Martín, mediante el Decreto, nº 66, de 8 de noviembre de 1936, por el que se creaba las Comisiones de Depuración, que supervisaban “las ideologías e instituciones disolventes, en abierta oposición con el genio y tradición nacional”. Pero sería la Orden de 18 de marzo de 1939, sobre depuración de funcionarios, dependientes del Ministerio de Educación Nacional, la que entraba de lleno en el caso de Antonio Rodríguez-Moñino. Orden que creaba la Comisión Superior Dictaminadora de los expedientes de depuración que condenaba, a los docentes desafectos, a sanciones de traslado, inhabilitación, postergación o separación definitiva del servicio.
Con respecto a la inhabilitación docente, tan dilatada, caída sobre nuestro personaje, tendría mucho que decir la Orden, de 30 de marzo de 1942, que creaba el Juzgado Superior de Revisión que, siguiendo la labor de la “Comisión Superior Dictaminadora”, continuó encargándose de la labor depuradora durante años, hasta el punto que una Orden de 1956, todavía reformaba el funcionamiento del citado Juzgado Superior. Con anterioridad, la Ley de Enseñanza Medias, promulgada en septiembre de 1938, siendo ministro Pedro Sáinz Rodríguez, podría haber sido nefasta, también, para Rodríguez-Moñino, ya que postulaba doctrinas en las que éste podría estar incurso al haber podido caer, en probable acusación, en ciertas “impurezas ideológicas”, es decir, liberales y democráticas.
Pero de todo ello se tiene que concluir, más allá de todo prejuicio político, que estábamos ante un vergonzante revanchismo, absolutamente desproporcionado por lo que se refiere a nuestro protagonista. Y, por otra parte, se ha de señalar que tan prolongado tiempo de sanción y castigo sólo puede explicarse, que no justificarse, por considerar, según indica Alberto Reig Tapia, que,“ a más de 30 años vista, de iniciada la guerra, el mismísimo Ejército, pilar fundamental del Régimen franquista (a parte de lo que sus propios y bien prolíficos especialistas, junto a los historiadores oficiales, hicieran por su cuenta) se viera en la necesidad (¿política?), de seguir justificando históricamente su rebelión y la guerra que siguió…”
De todas maneras, y a pesar de este torrencial conjunto de directrices, leyes, órdenes y normas, todas ellas arbitrarias e injustas, no iban a hacer que Rodríguez-Moñino se quedara quieto sufriendo la depresión y el quebranto que a tantos afectó, puesto que estaba hecho de ese metal que caracteriza a los que, sabiendo sacar fuerzas de flaqueza, seguirán, impertérritos, en su feudo de coraje, que no le impedirán continuar con ese dinamismo que tanto les caracterizó a lo largo de sus vidas.
Por eso, siguiendo con nuestro relato biográfico sobre nuestro singular erudito, subrayemos que muy pronto encontró un trabajo en la biblioteca de la Real Academia de la Lengua, para pasar, posteriormente a ostentar el cargo de bibliotecario del Museo Lázaro Galdiano, y recalando, más tarde, en la dirección de la editorial Castalia. Sobre esta circunstancia con tantos frutos, ha escrito Rafael Rodríguez-Moñino Soriano:“La coordinación cultural, técnica, artística, impresora y bibliográfica, entre Antonio Rodríguez-Moñino y la Editorial Castalia fue viva, humana, directa y permanente desde la segunda mitad de la década de los años cuarenta, hasta la muerte de aquél, en 1970…”
Y sigue diciendo:“ Difícil es comprender esta primera etapa de Castalia como editorial sin la colaboración directa y personal de Moñino; como tampoco cabe imaginar una actividad de publicación de gran parte de la obra de don Antonio sin la presencia de esta empresa editora. En esa actividad hay que incluir, sobre todo, la renovación de nuevas vías en la impresión de libros, la creación de colecciones, los cambios de forma en la encuadernación y presentación de obras, ediciones facsímilares, imaginación e incluso fantasía bibliográfica, que contó con la idea creativa de don Antonio y de la familia Soler, en Valencia, en la rama de la impresión, antes de la citada década de los años cuarenta del siglo, continuada posteriormente por sus hijos Vicente y María Amparo…”
Pero, quizás, una de sus ocupaciones más emblemáticas, quedó residenciada en la “Revista española”, que él mismo fundaría, en 1953, en la que llegó a publicar un ingente cúmulo de ensayos, toda clase de críticas literarias y narraciones breves. Trabajo arduo y fecundo a la vez, en el que tuvieron también gran protagonismo varios de los conocidos escritores, de la denominada generación del “medio siglo”, o del llamado “realismo social”, a los que ya nos hemos referido con anterioridad.
Por otra parte, es preciso añadir, que este erudito, de mundial renombre, al que llama Marcel Bataillón, “el príncipe de los biógrafos españoles”, presentaba su tesis doctoral en Salamanca, concretamente en 1965, al tiempo que, una vez se le hubo resuelto su expediente de depuración política, le fue encargada la cátedra del Instituto de Valdepeñas (Ciudad Real). Por esta época, la universidad de Berkeley (California), a la que ya nos hemos referido, le propuso la elaboración del Catálogo de manuscritos poéticos españoles coleccionados por aquélla. Se trata de tres valiosos volúmenes.
Mientras tanto, no dejaba de seguir realizando una ímproba labor bibliográfica y de bibliofilia, causando pasmo y admiración a todos los estudiosos en tales materias. Como se multiplicaron los Congresos y simposios a los que asistió, donde siempre destacaría con brillantes intervenciones, que le hicieron ostentar, muy merecidamente, la consideración general de ser el verdadero maestro del hispanismo, tanto de América como de Europa.
- Su ingreso en la Real Academia Española.
Era sin duda alguna, su asignatura pendiente. Pues no se podía concebir que un sabio como Antonio Rodríguez-Moñino estuviera, ya entrada la década de los 60, fuera de la docta institución. Pero existía una poderosa razón para que esto sucediese. Nos estamos refiriendo a meras cuestiones de neto sello político, lo que venía a ser un flagrante ejemplo de arbitrariedad que era imposible tolerar. Pero la postulación de su nombre para el ingreso en la Real Academia Española, siempre habría de chocar, por otra parte, contra el muro de la intolerancia, el más rancio integrismo y una buena dosis de cerrazón ideológica. De esta manera, se perdía un gran estudioso y un insigne investigador en el cualquier campo de la erudición, la bibliografía y la filología, del que no estaba sobrada la docta Casa.
De todo esto nos habla Rafael Rodríguez-Moñino Soriano, a través de expresiones muy duras:“ La maldad entonces de unos pocos tornó a envenenar, sin dificultad, la mente pobre de muchos…”
Palabras a las que une con anterioridad estas otras, procedentes de ciertos personajillos, que le manifestaron a don Antonio:“mezquindad, pobreza de espíritu, fanatismo y la envidia de unos cuantos que con sus actitudes, sin embargo, lograron grabar sus ideas en mentes limpias, en cierto modo, pero débiles en demasía”.No obstante, y a pesar de tales premisas, que estaban clamando por su inmediata presencia en la Academia, tuvo que sufrir la humillación de ser rechazado, por dos veces, en 1960, con la crítica posterior de muchos de sus futuros correligionarios, que veían en dicho atropello una injusticia a todas luces, dado que no veían otra causa de tal rechazo que la razón política que acabó ensuciándolo y manipulándolo todo.
Parece ser que, en la segunda ocasión, llegaría a la Real Academia una “advertencia”, en el sentido de que el gobierno, consideraría “con sumo desagrado la elección de aquel candidato”; aunque, por otra parte, se ha de significar que el ilustre médico e historiador, Gregorio Marañón, sería su verdadero valedor, mientras que un buen número de Académicos alzarían su voto en blanco, a saber: Ramón Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, José María Cossío, Vicente García Diego, Sánchez Cantón, Camilo José de Cela, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Palacios, Pedro Laín Entralgo, Vicente García de Diego y José María Cossío.
Nos cuesta pensar cómo la persecución política podía llegar a tales maquinaciones, en que se ponía de manifiesto que, a pesar de haber pasado tanto tiempo, desde que despojaran de su cátedra a Rodríguez-Moñino, todavía estuvieran las autoridades franquistas enrocadas en una postura de contumaz“venganza”, bajo un régimen que pasaba por caracterizarse de nacional-catolico, según el sello oficialista de aquellos años.
Por fin, en 1966, sería nombrado miembro de la Real Academia Española, entrando por la puerta grande. Era, a la sazón, ministro de Educación Nacional, el profesor Manuel Lora Tamayo, y el ministro de la Gobernación Camilo Alonso Vega. Su discurso de entrada, pronunciado en 1968, versó sobre Poesías y Cancioneros (s. XVI), que sería contestado por su compañero y amigo, Camilo José Cela.
4.- Su producción bibliográfica. Generalidades.
Si queremos hablar de una producción prolífica, no tenemos duda de que ésta es, con toda seguridad, la que llevó a cabo nuestro protagonista, calzadillense, -según su cuna rural, de pueblo-, un extremeño insigne y universal bibliógrafo. Su sólido legado así lo atestigua, pues son casi 400 títulos de sus obras, los que vienen a constituir un conjunto impagable, por su oceánico conocimiento en tales materias, tras una prolongada investigación, que vino a enriquecer, en alto grado, el acervo literario de nuestro país.
A este respecto, Pecellín Lancharro señala, que el filólogo español, Fernando Lázaro Carreter: “ recoge las diversas facetas de la labor erudita de nuestro autor: la erudición literaria, la investigación bibliográfica, la edición de textos, la recogida y ordenación del folklore, la tradición en torno a artistas, obras artísticas o tratadistas de arte y la investigación histórica”. En definitiva, sigue hablando Pecellín de “una labor de descripción y conocimiento de los libros, de edición y catalogación, con un amor profundo por los textos, sobre todo los raros y curiosos”.
Este mismo autor expresa que heredó la tradición bibliográfica de dos grandes investigadores: del extremeño, B.J. Gallardo, poseedor del “rigor y afición a la bibliografía”, y de Menéndez y Pelayo, del que toma “la tradición historicista y científica”. Al tiempo que subraya lo que expresa J.L. Bernal, en el sentido de que“supo poner sus conocimientos y afición al servicio de la construcción científica, de la cultura literaria, del país, en algunas de sus líneas directrices más ambiciosas, como el Siglo de Oro”.
A) Sus obras más importantes. Algunas obras de creación.
Cuando tenemos curiosidad y necesidad de acercarnos a la obra, en general, de Antonio Rodríguez-Moñino, siempre sentimos la dificultad de incorporar a cualquier pequeño estudio una relación de trabajos que, por lo menos, sean los más representativos posibles de buena parte de su trayectoria. De todas formas, nos vamos a limitar a dar una suficiente relación, que se aproxime, por lo menos, a su ingente y vasta obra.
A este respecto, vamos a tratar de reseñar las más representativas:
- Curiosidades bibliográficas (1946).
- Las fuentes del Romancero General (Contienen doce volúmenes. De la Real Academia Española, Madrid, 1957).
- Relieves de erudición (Del Amadís a Goya) (Castalia, Madrid, 1959).
- Construcción crítica y realidad histórica en la poesía española de los siglos
- XVI y XVII. (Castalia, Madrid, 1965).
- Catálogo de los Manuscritos poéticos castellanos de Th Hispanic Society of
- América( Siglos XV, XVI y XVII, con la asistencia de su esposa, María Brey Mariño (Hispanic Society of América. Nueva Cork, 1967).
- Poesías y Cancioneros ( Castalia, Madrid, desde 1968).
- Manual Bibliográfico de Cancioneros y Romanceros (Castalia, Madrid, desde el año 1973.
- La transmisión de la poesía española en los siglos de Oro(Ariel, Barcelona, 1976).
Finalmente, debemos hacer referencia a la parte creativa de Rodríguez-Moñino considerando que su obra puramente creativa, si es de poca extensión, sí lo es, sin embargo, intensa y profunda. De ahí que no sería procedente hacer abstracción de ella, pues ha sido muy bien calificada por los críticos de turno. Por lo tanto, vamos a señalar, sobre dicha obra de creación:
- Pasión y muerte del arquitecto. Tiempo apócrifo de la fábula de X y Z (Badajoz, Viuda de Arqueros, 1942.
- Cinco poemas viejos (Alcántara, 1949, pp. 15-17)
B) Su pasión por “lo extremeño”.
Ciñéndonos a la región, su tierra extremeña, es preciso quedar sentado que siempre había sido para Rodríguez-Moñino, no sólo un recuerdo ni, únicamente, una cierta nostalgia, sino una viva presencia actuante. De ahí que se haya escrito:“El apasionamiento por su región permaneció inalterable en Moñino, a lo largo de toda su vida, mas quedó muy atemperado a partir de los últimos años, de la década de los años cuarenta, pues es entonces cuando generaliza y amplia sus campos de investigación, adentrándose en temas quizás de más anchos límites nacionales…”
De todas formas, jamás dejaría en la penumbra o en el olvido al terruño donde había estado su cuna y su “nacencia”, junto a sus familiares, largo tiempo enraizados en la localidad de Calzadilla de los Barros, de la provincia de Badajoz. Un lugar de la comarca de Llerena, a 160 kilómetros de la capital de la provincia, de terrenos suavemente ondulados, clima de tipo mediterráneo, subtropical y una vegetación de predominio de encinas, alcornoques, jaras, cantueso, etc. Su población actual se ha reducido a la mitad, respecto de la censada en 1950, y su actividad dominante es la agricultura.
Se trata, en definitiva, de un pueblo enclavado en la comarca de Llerena, e integrada en un entorno regional que había estado secularmente olvidado por los poderes públicos, en medio de un exacerbado centralismo político, que no dejaba de mirarse el ombligo, lo que acababa por marginar a no pocas regiones, en especial a Extremadura, durante muchos años postergada..
Ni que decir tiene que a nuestro intelectual todo esto le dolía, con un dolor crítico y punzante a la vez, pues no le era ajena la historia de sus raíces, que, durante tanto tiempo, habían estado en un lamentable estado de postración sociocultural, por parte de unos políticos que nada habían hecho por esta tierra, de tradicional agricultura y ganadería. Una tierra, donde abundaban los braceros, el paro obrero, arrendatarios y yunteros, más un alto porcentaje de analfabetismo, mientras era urgente la reforma del campo, en medio de una ausencia total de todo tejido industrial…
Muchos han sido los autores que han escrito con trémolos de conmiseración, a la vez que con altivez, del terruño extremeño, porque siempre lo han amado, como lo hizo, en muchas ocasiones, Rodríguez-Moñino, del que expresa Pecellín Lancharro:“manifiesta en su obra su amor, y su doloroso sentir y su recta crítica, hacia su tierra, presente no sólo en las obras locales sino en otras muchas, no estrictamente extremeñas. Su rigor científico chocó con las actitudes y opiniones de otros estudiosos de la literatura extremeña, como Contreras Carrió Díaz y Pérez o López Prudencio.
Una tierra, especialmente, la pacense, cuya cultura extremeña empezaría a ser reivindicada, ya en el siglo XX, por J. López Prudencio (considerado el “patriarca de las letras extremeñas”, y presidente de honor de la I Asamblea de Estudios Extremeños), y por otros tantos como Antonio Reyes Huertas, Arturo Gazul, Manuel Terrón Albarrán, Delgado Valhondo y Francisco Elías de Tejada, cuyas voces y plumas, se alzaron en asambleas y encuentros literarios.
En determinada actuación, más o menos entusiasta, hay que destacar la colaboración de Antonio Rodríguez-Moñino, “apoyando, por ejemplo, las propuestas que solicitaban la incorporación de la historia y geografía extremeñas, en los estudios de los Centros de la región”.[2] De manera especial cuando, en 1949, se celebraba en Cáceres una exposición del “Libro Extremeño”. Nuestro ilustre bibliófilo dejaría en depósito a la Biblioteca Pública cacereña, su importante fondo de publicaciones extremeñas.
Hablando ya del anunciado contenido en el presente epígrafe; es decir, acerca de su “extremeñidad”, digamos que este su gran afecto y pasión por el cielo y el suelo de su tierra, se cifraría, de manera especial, por medio de una extensa publicación de libros, cuya obra comenzaría, como previamente hemos adelantado, de manera muy temprana. Pero antes señalamos la atención que prestaría Moñino a su tierra, a través de la prensa local y regional, publicando trabajos en los siguientes rotativos: “Hoy”, el “Noticiero Extremeño” y “El Correo Extremeño” de Badajoz, “La Voz Extremeña”, “La Alianza” y “La Libertad”. Algunos de sus artículos los firmaría con el seudónimo, “Un psudónimo extremeño” y otros con su nombre de pila.
Antes de nada se ha señalar que, entre los años 1940 y 1952, Moñino había publicado ochenta y dos obras. He aquí un listado sobre textos, cuyo “leit motiv” estaba constituido por un número entrañable de escritos sobre personajes extremeños, o relacionados con la región y con Iberoamérica:
- Teatro extremeño del siglo XVI; texto desgraciadamente perdido.
- Folklore extremeño. Se trata de un folleto que ha sido destruido, de forma íntegra.
- La Biblioteca de Benito Arias Montan, del año 1929.
- Dictados tópicos de Extremadura, o Virgilio en España(1930).
- Bibliografía hispano-oriental (1931).
- Historia de la literatura extremeña (notas para su estudio) (Imprenta Provincia, Badajoz, 1942). Se trata de la primera parte, cuya extensión abarca hasta la época del Renacimiento.
- Pasión y muerte del arquitecto (1942).
- El capitán Francisco de Aldana (1943).
- Viaje a Guadalupe del rey Don Sebastián de Portugal(1944).
- El Divino Morales en Portugal (1944).
- El retablo de Morales en Higuera La Real (1945).
- La imprenta en Extremadura 1489-1800, Aldus, Madrid, 1945,
- Don Iñigo Antoni de Argüello (1947).
- Viaje a España del Rey Don Sebastián de Portugal (1948).
- Catálogo de los Documentos de América existente en la colección de Jesuitas de la Real Academia de la Historia (1949).
- Historia literaria de Extremadura. Edad Media y Reyes Católicos (1950).
- La colección de Manuscritos del Marqués de Montealegre(1951),
- Catálogo de los Manuscritos Genealógicos de Blas de Salazar (1952
- Historia de una infamia bibliográfica. La de San Antonio de 1823. Realidad y leyenda de lo sucedido con los libros y papeles de don Bartolomé José Gallardo,Castalia, Madrid, 1965.
Estando ostentando el cargo de bibliotecario del Museo Lázaro Galdiano, se dedicó, de manera especial, a numerosos autores extremeños, como, por ejemplo, Bartolomé José Gallardo, al que dedicó su libro: Don Bartolomé José Gallardo. Estudio bibliográfico, del año 1955.
También tiene escrito libros sobre temática poética, como los siguientes:
- Poesías, de Gregorio Silvestre.
- Dictados tópicos de Extremadura.
- Poetas extremeños del siglo XVI (Diputación de Badajoz, Badajoz, 1980, facsímil de la de 1935).
- Joaquín Romero Cuerda, poeta extremeño del siglo XVI.
Como epílogo de cuanto hemos escrito, se ha de subrayar que su gran labor, o su obra más importante, es, sin ningún género de duda, Las fuentes del Romancero General, escrito en doce tomos, ilustrados de numerosas notas, índices y suplementos (Madrid, Real Academia Española, 1957). Ha sido considerado por los más exigentes críticos como una alta autoridad en pliegos sueltos y bibliografía, editando un facsímil con introducción, bibliografía e índices del “Cancionero General de Hernando del Castillo”(Valencia, 1511), en 1958.
Por otra parte, igualmente llegó a componer un excelente Manual Bibliográfico de Cancioneros y Romanceros, impresos durante el siglo XVII, y, así mismo, un Diccionario de pliegos sueltos. Siglo XVI (1970), el cual tendría una segunda edición ampliada por Víctor Infantes y A.LF. Askins.
Finalmente, no se debe obviar que fue fundador, además, de la “Revista Española” (1953), de la que ya hemos hablado, de la colección “Clásicos Castalia”, en 1966, precisamente el año en que tuvo lugar su ingreso en la Academia Española de la Lengua.
5.-Doña María Brey Mariño. Los homenajes a Rodríguez- Moñino.
Casada con Antonio Rodríguez Moñino, como dijimos, en páginas anteriores, se ha de añadir que esta dama, por disposición testamentaria, cedió en su día la gran colección de su marido, la cual constituye una de las bibliotecas privadas, de /sobre literatura española, más importantes del mundo. Su volumen total alcanza, de manera aproximada, 17.000 volúmenes, para los cuales, fueron acondicionados, junto a la Biblioteca académica, una sala que sería inaugurada por los Reyes, don Juan Carlos I y doña Sofía de Grecia, en la fecha 5 de octubre de 1995. Unos meses antes, en febrero de este mismo año, había fallecido en Madrid María Brey Mariño.
Por otra parte, se ha de afirmar que no fueron muchos los homenajes que le fueron tributados a nuestro bibliógrafo, aunque eso sí, siempre muy cálidos y representativos ; aunque es evidente que mereció algunos más, dada la trascendencia de su producción bibliográfica, impar en este país. Unos homenajes que hubieran sido muy justos, máxime cuando su honor y su altura intelectual fueron puestos en entredicho, y hasta mancillados, durante la dictadura franquista, por la vesania de una política sectaria, sin ninguna altura de miras, la que, respondiendo sólo a intereses bastardos, intentó echar tierra a una buena parte de su producción intelectual, como era la docencia que podía haber impartido, como catedrático de Instituto, durante muchos más años.
Entre los homenajes, queremos recordar, en primer lugar, el que le fue tributado, por los escritores hispanistas americanos, en la editorial Castalia, la cual fue fundada por Rodríguez-Moñino. El evento tendría lugar en 1966. Y otro de los homenajes que le fue rendido se celebró mediante la publicación, en 1968, de un extenso volumen, en el que se integran colaboraciones de insignes maestros, como Fernando Lázaro Carreter, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Camilo José Cela, etc.Este mismo año, la Universidad francesa de Burdeos, le investiría Doctor Honoris causa, el 17 de octubre.
En septiembre de 1970, en la sede de Castalia, se reunía una comisión con el fin de organizar un homenaje en memoria de don Antonio, en la que estuvieron presentes Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Fernando Lázaro Carreter, Eugenio Asensio y Amparo Soler, en calidad de directora de la editorial, la cual diría estas palabras de elogio: “Castalia le debe todo a don Antonio”. Al tiempo que apoyaba la idea de “editar cuantos volúmenes fueran necesarios para incluir en los mismos los estudios de los intelectuales que participarían en el homenaje…” Transcurridos unos años, en 1975, era publicado un voluminoso tomo en “homenaje a la memoria de don Antonio Rodríguez-Moñino: el libro finalizaba con un trabajo del hispanista francés, Marcel Bataillón, y en él (…) aparecen poesías de Alberti, Jorge Guillén y Vicente Aleixandre, y trabajos, entre otros, de Alarcos Llorach, Dámaso Alonso, Cela, etc”
Pero su localidad de nacimiento, Calzadilla de los Barros, también se habría de sumar, posteriormente, a estas celebraciones tan entrañables. Al evento popular, celebrado a raíz del fallecimiento de Antonio R.-Moñino, acudieron varios compañeros y amigos de la Academia Española de la Lengua, como Fernando Lázaro Carreter y Camilo José Cela. Ante la casa natal, una modesta morada, de fachada blanca resplandeciente, con dos ventanas enrejadas a cada uno de los lados de la puerta de acceso-como es habitual en la mayoría de los pueblos de Badajoz-, observamos, en una fotografía de la época, a un Cela, todavía robusto y sesentón, de bronca voz y solemne, que está pronunciando un cálido discurso sobre la trayectoria de nuestro gran bibliógrafo y bibliófilo.
Un escaso público, apretujado junto al orador, en expectante silencio, no pierde sílaba de cada una de las palabras de dicha intervención. Es verano por los atuendos que viste el grupo que escucha. Hay algunos que enarbolan pliegos de papel, pero ignoramos su simbolismo. Es cierto que son pocos, pero parecen conscientes de la importancia y significación de las palabras del autor de La Colmena, que les habla sobre la inconmensurable obra realizada por el más ilustre hijo de Calzadilla de los Barros.
Especialmente recuerdo, como he significado en las primeras páginas de este trabajo, el caluroso homenaje que le rindieron a Rodríguez-Moñino, recientemente fallecido en 1971, en el que estuvo presente una gran afluencia de público, autoridades académicas, pacenses y cacereñas. Se dictaron brillantes discursos, repasando los alardes bibliográficos de nuestro prohombre extremeño, aunque destacando, como ya comenté, la pieza literaria, de corte magistral, que expuso el autor de tantos trabajos filológicos, y, otrora director de la Academia Española de la Lengua, Fernando Lázaro Carreter.
Muchos años después, en enero de 2006, otra localidad, esta vez, el gran poblachón madrileño de Parla, en su Centro Cultural,”Carolina Coronado” y presidido por su alcalde, Tomás Gómez, y en representación de la Junta de Extremadura, Álvaro Valverde, director a la sazón de la Editora Regional, tributaron otro homenaje a Rodríguez Moñino.
Un numeroso público, dicen las crónicas, abarrotó el Teatro ‘Jaime Salón’ del pueblo, entre los que se contaban Juan Alfonso Díaz, vicepresidente de la Federación de Asociaciones Extremeñas, en la Comunidad Autónoma de Madrid; el poeta José Iglesias Benítez y los escritores Juan José Arias y Teófilo Acedo. Al cierre del acto, intervino la sobrina de Rodríguez-Moñino, Julia Rodríguez-Moñino Soriano, que recibiría una placa en homenaje a su tío. Otros intervinientes fueron: Consuelo Rincón, presidenta de la Asociación Cultural Extremeña ‘Carolina Coronado’, el escritor Álvaro Valverde y el Alcalde de Parla, que resaltó “la importancia del encuentro. Finalmente, daría comienzo la actuación de un terceto, compuesto por jóvenes músicos, hijos de emigrantes extremeños residentes.
Esta es a vuela pluma, unos rasgos de la vida y la obra de Antonio Rodríguez Moñino, aquel hombre del que Camilo José Cela dijera de él “Su senda fue la sabiduría. Su meta, la serenidad”. Palabras escritas en la lápida colocada en la fachada de la casa donde nació don Antonio Rodríguez Moñino.