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Región Digital

El final del silencia

11 diciembre 2019

La semana pasada hablábamos del significado del silencio a la hora de valorar nuestro pasado más reciente.

La semana pasada hablábamos del significado del silencio a la hora de valorar nuestro pasado más reciente. Quisimos hacer un esbozo de la importancia de la educación al respecto y nos emplazamos a una mayor profundización. A eso vamos.

En la entrega de Premios “Luis Romero Solano”, que otorgan cada año las Juventudes Socialistas de Cáceres, se escuchó, en un acto plagado de jóvenes, que en los Institutos, e incluso en la Universidad, les  han enseñado mucho sobre los griegos y los romanos, pero que saben muy poco de lo que ha pasado en su entorno en épocas mucho más recientes. Es una auténtica pena y un déficit que hay, irremediablemente, que corregir.

Otro ejemplo que acabo de ver hace unos días, lo muestra la serie documental “El final del silencio”. Conducida por el periodista Jon Sistiaga, narra la singladura del terrorismo y de ETA en la España desde los inicios de la Transición hasta comenzado el siglo XXI. Es decir, hace nada de tiempo.

Quisiera detenerme en especial, en el capítulo dedicado a Miguel Ángel Blanco. Durante cerca de una hora, un hijo de un asesinado por ETA les habla en la Universidad a un grupo de alumnos de 21 años. La primera pregunta que les hace es si saben quién fue Miguel Ángel Blanco. Adivinen la respuesta. Una mayoritaria y desoladora negativa. No podemos seguir así.

Esa es la razón para que reivindiquemos la ética de la Memoria. Es obligatorio el propósito que tenemos que asumir sobre la importancia del recuerdo. 

La gente mezcla, con absoluta incoherencia, el perdón con el olvido. El primero es una condición subjetiva humana. Está en el deseo de cada uno  continuar o no con la agonía que les supuso el dolor, sin motivo, totalmente condenatorio sin paliativos, de las pérdidas de sus seres queridos. Y encima fruto de un asesinato. 

El segundo caso, el olvido, es algo inconcebible en las sociedades modernas y democráticas. Tenemos que saber. Tenemos que fomentar el espíritu crítico con las realidades que nos rodean. Tenemos que aprender de los errores, así como crecer con los aciertos. 

Por eso, ahora que se habla de currículum educativo, no es baladí que insistamos en desmitificar tópicos sobre presuntos adoctrinamientos. La Historia como disciplina científica, hecha e impartida por profesionales, tiene que evitar los complejos sobre su desarrollo, su contenido, sus limitaciones temáticas o temporales. 

No establezcamos cortinas de humo sobre contenidos   que no se deban abordar. No bajemos la voz. Fomentemos el diálogo, el intercambio de opiniones, el conocimiento  de los hechos y el reconocimiento de todo aquello que pudo suponer un progreso para nuestros semejantes. 

De eso va la Democracia.

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