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Mis libros insurrectos

17 diciembre 2013

Si ayer hablábamos de libros licenciosos, hoy le toca el turno a mis primeros libros insurrectos.

Hablando de la pobreza y el capitalismo: Sus remedios no curan la enfermedad: lo único que hacen es prolongarla; en realidad puede decirse que sus remedios forman parte integrante de la enfermedad. Intenta, por ejemplo, resolver el problema de la pobreza manteniendo vivos a los pobres; o, si no, conforme a cierta escuela avanzada, divirtiendo a los pobres.

Pero así no se resuelve la dificultad, sino, antes bien, se la agrava. La única finalidad justa debe ser la reconstrucción de la sociedad sobre unos cimientos tales que la pobreza resulte imposible.

El texto no es de Bakunin, ni de Marx, ni de Proudhon. La cita procede de una de mis primeras lecturas insurreccionales: “El alma del hombre bajo el socialismo”, de Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde, es decir, Oscar Wilde (1854-1900).

Casi nada en la actitud vital de Oscar Wilde podía presuponer una militancia intelectual en la izquierda: una cierta indiferencia – no exenta de comentarios irónicos – hacia la política y los políticos de su siglo, una economía relajada, un ambiente aristocrático… y sin embargo, pocos como Wilde llegaron a expresar con tal convicción sus ideas, propuestas y planteamientos socialistas; e incluso sería Wilde, quien por su condición de homosexual había sido condenado a dos años de trabajos forzados en prisión, uno de los primeros hombres en denunciar el sistema carcelario y en mirar a los presos como seres humanos, culpables, es posible (y en muchos casos, ni eso), pero seres humanos al fin y al cabo:

Vi con mis propios ojos a los tres niños el lunes anterior a mi libertad (…) vestidos con sus trajes de reclusos, con sus sábanas bajo el brazo. (…) La crueldad con que se trata día y noche a los niños en las prisiones inglesas es realmente increíble para aquellos que no la han presenciado y que no conocen las brutalidades del sistema. En nuestros días la gente no comprende lo que es la crueldad

Criticaba Wilde con dureza un sistema que permitía la cárcel preventiva para niños, incluso aunque no existiera delito alguno. O bien la cárcel para niños cuyo único crimen había sido mendigar, dormir en la calle o robar, sí, robar para comer – y lo que es más dramático – para dar de comer a su familia.

El texto procede de una carta dirigida al Daily Chronicle, donde denunciaba el despido del vigilante Martin. El motivo de éste había sido que el hombre había dado unas galletas a un niño que lloraba de hambre.

Conozco a Martin. Me sorprendió la bondad y compasión con que nos hablaba. Las buenas palabras significan ya muchísimo en la cárcel

Y es que aquella sociedad tan puritana, tan victoriana, no permitía que sus funcionarios mostrasen el más mínimo gesto de comprensión. Es la versión mayoritaria del amor al prójimo, que los cristianos siempre han entendido como amor al que es como yo. De mi clase, de mis gustos, de mis opiniones. A ese prójimo, es al único al que estoy dispuesto a amar.

Pero especialmente me llamó la atención un fragmento de ese excepcional texto que es “El caso del vigilante Martin”: comenta Wilde las reacciones de los presos adultos al ver a los niños de pie, en fila, esperando que se les asignase una celda. Y entonces escribe

Leí la más honda piedad en las miradas que mis compañeros (presos) les dirigieron. Los reclusos, considerados en general, son muy buenos y sienten una gran simpatía unos por otros. El sufrimiento, y sobre todo el sufrimiento en común, hace buenos a los hombres, y todos los días, cuando me paseaba por el patio, recordaba eso que Carlyle llama en alguna parte “el silencioso encanto rítmico de la compañía humana”.

El silencioso encanto rítmico de la compañía humana hallado en una cárcel, entre reclusos. Nunca como hasta ese momento se había hablado de los presos como parte de nuestra compañía humana, es decir, suceptibles de ser considerados desde la alteridad, esto es, como al otro yo. Anticipos de Wilde a Enmanuel Lévinas.

Oscar Wilde, pues. Y es que la literatura – antes que el ensayo – insurreccional determinarán mi pase intelectual a la defensa del socialismo. Antes que a Marx, o Bakunin, o Proudhom, antes que a Manuel Sacritán o Fernández Buey, antes que a Gramsci o Rosa Luxemburg, antes que a Rousseau o Voltaire, yo leía “Crónica de una muerte anunciada” de Gabriel García Márquez, “La casa de los espíritus” de Isabel Allende o “Requiem por un campesino español” de Ramón J. Sender entre otros libros. Por supuesto se añadirían también Manuel Vázquez Montalbán, José Saramago, Almudena Grandes o Dulce Chacón entre otros autores.

Y es que

La rebeldía a los ojos de todo aquel que haya leído algo de historia, es la virtud original del hombre.

Oscar Wilde

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