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LA ESTUPIDEZ

29 octubre 2013

Los franceses tienen una palabra, "la bêtise", que aquí solemos traducir por “la estupidez”.

Los franceses tienen una palabra, "la bêtise", que aquí solemos traducir por “la estupidez”, aunque nuestro término puede ser demasiado amplio, mientras que la bêtise se refiere a la actitud puramente irracional que emplean algunas personas para encarar un problema o formular un juicio absolutamente imbécil. En otras palabras: la bêtise funde en una sola expresión lo que nosotros entendemos por estupidez e imbecilidad.

Jean Claude Carrîere y Guy Bechtel llegaron a escribir un Dictionnaire de la bêtise en el cual recogían la anécdota de Monseñor de Quélen, quien, tras estar hablando de Cristo como hijo de dios en Notre-Dame, sintió la necesidad de precisar que “no solo Jesucristo era hijo de dios, sino que era de excelente familia por parte de madre”…

El primer libro que yo leí relacionado con el tema lo escribió Erasmo de Rotterdam: “Morias Enkomion” o “Stultitiae Laus”, Encomio de la Estulticia, pero que en este país casi todas las editoriales se empeñan en traducir como “Elogio de la locura”.

El pequeño tratado de Erasmo es una genial antífrasis que pretende ajustar cuentas con la estulticia e intolerancia de la época, de los reyes, de las jerarquías de la Iglesia y de los pretendidos sabios anclados a una tradición paralizante, al tiempo que es una defensa del Humanismo.

Carlo María Cipolla dejó su aportación en “Allegro ma non troppo”: aquí aparece su breve ensayo “Las leyes fundamentales de la estupidez humana” y del que rescato dos:

Primera Ley: siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.Segunda Ley: la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona.

Cuento ésto porque hace unos días llegó a mis manos el volumen “El poder de la estupidez” escrito por Giancarlo Livraghi, libro que regalé a un amigo – en modo alguno estúpido – y que yo mismo encargué para mí. Es un tema que siempre me ha fascinado: la cantidad de gente que conozco, por ejemplo, dispuestas a formular un juicio sobre temas de los que no tienen absolutamente ni la menor idea, que acuden a explicaciones casi infantiles y delirantes, tan absurdas que precisamente por eso no pueden ni contestarse. Los lugares comunes, los prejuicios, el miedo a los demás suele ser también una característica del estúpido.

El libro de Livraghi ha sido editado en castellano por Ares y Mares y nos sitúa ante la estupidez del poder, de la burocracia, de la ignorancia, del miedo, de las costumbres, del oscurantismo y la superstición…

Sobre la ignorancia escribe que “Parece existir una atracción mutua entre los factores. Así, la ignorancia puede alimentar el miedo y viceversa. El hábito suele ser alimento (o excusa) de la estupidez y la ignorancia” (…) ”Para ahorrarnos el esfuerzo de pensar, caemos muchas veces en cómodas ideas falsas con las que resulta fácil estar de acuerdo (y, una vez más, seguimos el camino del hábito, o bien experimentamos la sensación de peligro de tener que enfrentarnos a una diferencia de opinión para la que tal vez no estemos adecuadamente preparados)”

Sobre las costumbres dice que “son tranquilizadoras o lo aparentan. Comportarse y pensar según lo habitual nos da una sensación de seguridad, pero falsa. Además los hábitos se relacionan con otra fuente de estupidez: la imitación. Hacer lo mismo que los demás nos ahorra el esfuerzo de pensar, saber, comprender, decidir y ser responsables de nuestro conducta”.

Livraghi ha añadido tres corolarios a las Leyes de Cipolla. Citaré las dos últimas:

Cuando la estupidez de una persona se combina con la estupidez ajena, el impacto crece de forma geométrica.Combinar la inteligencia de distintas personas es más difícil que combinar la estupidez.

Livraghi aporta también sus antídotos: destaca en primer lugar el fomento de la inteligencia. Del latín intelligere, que quiere decir “comprender”: “Cuanta más información, experiencia y conocimientos poseemos y comprendemos, mejor podemos prevenir la estupidez o reducir sus efectos.

En segundo lugar una de las actitudes que yo más defiendo ante la vida: la curiosidad,“la curiosidad genuina, apasionada, el anhelo instintivo y nunca saciado de ir descubriendo”. De estar utilizando internet, por ejemplo, y querer saber cómo y por qué funciona internet, no bastándonos con emplear unas herramientas cuya procedencia ignoramos.

Milan Kundera dijo una vez que “la estupidez nace de tener una (mala) respuesta para todo; la sabiduría, de tener una pregunta para todo”. Algunos ven el firmamento por la noche y dicen “lo hizo (mi) dios” y ya no se preocupan más. Otros necesitan saber por qué es así el Universo, por qué funciona, cómo funciona y empiezan a buscar las respuestas.

Es la curiosidad – y no los dogmas y letanías repetidas hasta la saciedad – lo que ha movido el mundo. La Iglesia veía el Sol y leía en su Libro que el Sol gira alrededor del mundo y ya no se preocupó más. Galileo veía el Sol y quiso saber de qué manera el Sol se movía alrededor de la Tierra… y descubrió que era la Tierra la que se movía.

La estupidez es un estado mental demasiado generalizado. Se prefieren los votantes estúpidos y viscerales al informado y crítico. Alumnos que sepan repetir una lección, aunque no comprendan las palabras o los números que fijan en un papel de examen, menos aún que lleguen a saber cómo pensar. Trabajadores que trabajen sin pensar, por supuesto. Que consuman una televisión idotizante. Que consuman, finalmente, a secas.

Un libro, el de Livraghi, que os recomiendo.

Víctor Manuel Casco Ruiz

Parlamento De Extremadura

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